Tenemos que ser conscientes de la importancia que tiene la formación para los individuos y querer adquirir y/o desarrollar nuevos conocimientos y competencias y quererlos aplicar a nuestros puestos de trabajo.
Comentábamos en un artículo previo el valor estratégico que tiene la formación para las organizaciones y la importancia de considerarla como una verdadera inversión y no como un coste.
Hemos pensado que sería interesante continuar desarrollando la misma idea, pero en esta ocasión sobre la importancia que tiene la formación para los individuos.
Ya que somos las personas las que nos formamos y somos las personas las que ponemos en práctica nuestras competencias y nuestros nuevos aprendizajes.
Somos quiénes logramos con ello un óptimo desempeño.
Sin embargo, no podemos olvidar que el aprendizaje es voluntario, nadie nos puede obligar.
Tenemos que querer adquirir y/o desarrollar nuevos conocimientos y competencias y quererlos aplicar a nuestros puestos de trabajo.
Hacerlo de la forma más adecuada posible.
Tampoco podemos olvidar que muchas personas muestran resistencia ante la formación, algunas de ellas, lo dicen directamente, “yo no necesito formarme, ya sé todo lo que necesito para hacer mi trabajo”.
Muchas otras, buscan excusas del tipo, “es una pérdida de tiempo”, “no me van a contar nada nuevo”, “no va a servir para nada”, etc.
Por mi experiencia, cuando se profundiza un poco y se pregunta por las razones reales, lo que se detecta son verdaderas resistencias al cambio.
Debemos tener en cuenta que cuando una persona participa en una acción formativa, se espera que cuando vuelva al puesto de trabajo, haga algo distinto a como lo hacía previamente o haga algo nuevo.
En definitiva, se espera que se produzca un cambio en la forma de hacer las cosas, en sus comportamientos, etc.
A continuación, indicamos las principales aportaciones de la formación para las personas:
De lo expuesto, podemos afirmar que la formación tiene un importante valor estratégico tanto para las organizaciones como para las personas, pero este valor es necesario que lo demostremos.
Para ello, nos puede resultar muy útil, preguntarnos ¿cuál es el coste de la No formación o de No formarnos?
Antes de finalizar, me gustaría incidir en la necesidad de que los gestores de formación consideren a los empleados como agentes activos de su propia formación y no como meros receptores.
Para lograrlo, se deberá implicar a las personas en su propia formación, haciéndoles partícipes y responsables de la misma.
De ahí la necesidad de incluirles en los procesos que diseñemos de detección de necesidades formativas, que escuchemos las necesidades detectadas por ellos mismos e implicarles en los procesos de evaluación.
Conocer, además, sus niveles de satisfacción con la acción formativa.
Conocer sus facilidades y dificultades para transferir los nuevos aprendizajes al puesto de trabajo.
Y cuáles son las consecuencias percibidas sobre su satisfacción, seguridad y/o eficacia en el trabajo.
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