Resulta desolador cuánta infelicidad puede causar la búsqueda incesante de la felicidad. Más cuando, en algunos casos, tanto sacrificio no está necesariamente asociado a la llegada exitosa a la meta. Quizás por no tener bien definido el lugar al que se quiere llegar o bien porque no hay meta posible que satisfaga la búsqueda.
La felicidad es subjetiva y relativa
Todos deseamos ser felices, aun cuando no podamos definir con exactitud en qué consiste ese estado ni cómo se logra. A pesar de lo complejo que resulta definir qué es la felicidad, muchas personas consiguen alcanzarla.
Es como si intuyeran cuándo han llegado a ese espacio o momento y entonces se instalan en él. Arriban con sus pertenencias y las ordenan con el propósito de quedarse para siempre.
Lo habitan, dispuestos a echar raíces, priorizando la fertilidad del territorio por encima de las imperfecciones que pueda tener. No significa necesariamente que tengan pocas exigencias, o que adolezcan de aspiraciones. Llegan a un sitio donde disponen de lo suficiente para vivir plenamente y crecer.
En definitiva, la felicidad es un estado relativo, según quien lo defina, en el que se está bien y punto.
¿Por qué es relativa la felicidad?
La felicidad es relativa porque puede ser un oficio, una familia, una causa, un pueblo, un amor o una mezcla de ellas. Sin más; por sencillo o complejo que parezca.
Sin embargo, otras personas nunca deshacen las maletas. Viajan de estación en estación con su equipaje, que en cada parada se hace más pesado. Bien porque se aferran a un estado preconcebido de la felicidad, una descripción que nunca se alcanza del todo. O bien porque no saben con precisión la forma del hallazgo ansiado.
En el primer caso, el individuo se impone una meta hecha por otros, un relato adquirido en el exterior de su piel. Influye más lo que aflora que lo que nace dentro. Para él, la felicidad está relacionada necesariamente con la aprobación de los demás.
La felicidad está asociada a la meta constante de reconocimiento y aceptación, diferenciación y semejanza, poderío y admiración. Esta es la búsqueda que más infelicidad puede provocar.
En el segundo caso, la persona examina sin saber con precisión la forma del hallazgo ansiado. Es exigente con los contornos e intransigente con las irregularidades (o lo que él cree irregular).
De cuando en cuando descansa, hasta que hastiado de la permanencia regresa nuevamente al camino. Para él, siempre hay elementos que le recuerdan la infelicidad de sentir que la felicidad se aleja. Es la búsqueda sin fin la que más desconcierto origina.
Alcanzar la felicidad.
Puede parecer casual que la mayor parte de los que alcanzan la felicidad no exigen mucho más de lo que ellos pueden dar, y no esperan más de lo que pueden ganar con su empeño.
En alguna medida han simplificado el camino o han limitado sus pretensiones a lo que pueden disfrutar y compartir. No es casual que los que llegan a ella no la exhiben ni la escoden, sino que la abrazan y la multiplican en cada persona que los rodea.
Casi nada de lo que ocurre en nuestras vidas es casual o fortuito. Todo, o casi todo, está ligado a nuestras acciones. Todo lo que hacemos y lo que no hacemos está ligado a una parte de nuestro complejo mundo interior. Nuestras obras y sus consecuencias.
El equilibrio de la felicidad.
De tal manera no es casual que muchas personas encuentren la felicidad en las cosas cercanas, en cada logro (por pequeño que parezca), en la palabra que reconforta, en el gesto que levanta al que cae, o que le impide caer.
No es casual estar en equilibrio con “el yo interno” que nos habita y con “cada yo” de todos los que nos rodean. Hay que buscar las causas en la riqueza de ese mundo interior, en las emociones que en él anidan y en la simpleza y la bondad que de él brotan.
Así como siempre existe una causa, o muchas, que explica por qué unas personas encuentran la felicidad, también existen muchas causas que explican por qué otras personas se han perdido en un laberinto sin fin, en busca de ella.
Quizás tengan que adentrase en su interior, cultivarlo y amarlo. Entonces, quizás solo tengan que buscar a su alrededor para encontrar la felicidad.
Cuenta la leyenda…
Cuentan que, en un inicio, antes de que el ser humano conquistara la tierra con sus habilidades e inventos, ésta era habitada y dominada por los duendes que con temor observaban como una nueva especie se expandía y desarrollaba.
– «¿Qué haremos con esos seres que se están apoderando de la tierra?» – increpó el duende que parecía el líder-.
–» ¿Quiénes se creen que son? . Algo tenemos que hacer para limitar su arrogancia; debemos castigarlos»- dijo el duende más anciano.
–» ¿Por qué no les escondemos algo que aprecien mucho?» -coincidieron varios de los que estaban en la reunión que había convocado el consejo de todas las tribus de los duendes.
– «Eso, sí, sí… así aprenderán quiénes mandan en la tierra.»
– » ¿Y qué les escodemos?» – preguntaron casi todos –.» Tiene que ser algo que aprecien mucho, y que sea muy importante para ellos».
Un silencio total se apoderó de la explanada donde se reunían los duendes.
– » Ya sé» – dijo el duende que parecía más reflexivo y sabio-.»Les esconderemos la felicidad.»
-» ¡La felicidad! excelente idea»- apuntó el líder- «¿Dónde la escodemos?».
– «En la cima de la montaña blanca, la más alta que existe «-sugirió uno de ellos.
-«Uhm… «,- comentó otro duende-. » Yo los he visto intentando subir montañas más pequeñas y aunque parezca imposible, puede que algún día aprendan a escalar y lleguen a esa cima».
–» Entonces, ¿dónde?» – Preguntaron al unísono varios duendes –» ¿Qué os parece en el fondo del mar?» – preguntó uno que parecía un duende azul.
– «Uhm…» – dijo el que estaba a su lado- . «Yo los he visto nadando y éstos, con lo atrevidos que son, son capaces de inventar algo que baje a la profundidad de los mares».
–» ¡En la luna! allí no pueden llegar»- dijo uno de los que estaban más atrás, empinándose para que lo escucharan.
– «Como bien habéis dicho alguno de vosotros, ellos son atrevidos y puede que no conozcan de límites. Siempre están investigando y conquistando; quizás en algún momento inventen máquinas que vuelen y lleguen a los planetas».
Aunque esta última afirmación parecía ilógica, el temor que les causaban esos seres a los duendes, y el hecho de que lo hubiera dicho el líder, hizo que todos se quedaran pensativos.
– «Sé dónde la podemos esconder para que nunca la encuentren»- dijo el duende más pequeño, que había estado callado y pensativo durante toda la reunión-. «Esconderemos la felicidad en un lugar donde ellos nunca buscarán. ¡La esconderemos dentro de ellos mismos!; en su interior».
Cuentan que desde entonces la personas buscan la felicidad por todo el mundo, constantemente, en los lugares más lejanos y remotos, sin encontrarla.
“La felicidad es una búsqueda que dura toda la vida”, Victoria Camps.