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Buenas prácticas para emprender con éxito

27 diciembre, 2017 Artículo publicado por Enrique Piñero

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Cuando se emprende se corre el riesgo de fracasar. Emprender es un proceso muy complejo. Cada nueva obra es diferente y costosa, no hay recetas exactas que nos garanticen el éxito, pero justo por esta complejidad es decisivo tomar todas las precauciones factibles para intentar llegar a un buen destino.

Acerca del inicio y la finalidad del  permítanme compartir con vosotros una cuestión. La pregunta sería: ¿Qué es lo importante, iniciar el viaje o el puerto a donde se llega?

Yo diría, os digo, que el viaje es tan solo el comienzo, lo importante es el fin. Soy consciente de que puedo parecer muy pragmático, poco sensible, como si ignorara la belleza de andar y andar sin importar a donde ir, la riqueza del aprendizaje de las experiencias vividas aun cuando sean negativas. Nada más lejos de la verdad, aprecio la toma de decisiones y el movimiento, pero no hablamos de un paseo con consecuencias relativamente intranscendentes, cuando nos referimos a emprender, se trata de invertir dinero, muchas veces ahorros de años, incluso prestamos que generan deudas y deudas que pueden esquilmar la felicidad. Relatamos empeños y esfuerzos de gran magnitud, horas y horas de trabajo, posiblemente grandes sacrificios en busca de un objetivo.

Emprender significa comenzar una obra, un negocio y hacerlo sostenible, mantenerlo en el tiempo. Emprender implica soñar, crecer, aprender, solo que puede tener un coste, que en algunos casos resulta muy alto. Hay que decidirse a viajar y disfrutar del camino, pero tomando todas las medidas posibles para intentar alcanzar la meta. El viaje puede estar plagado de obstáculos, cubierto de trabas y de malos momentos, por lo que hay que tener claro a donde se quiere llegar y si es posible conocer cómo llegar. Será difícil, pero es posible.

Muchas personas lo han logrado. Tu entorno está lleno de negocios fundado por emprendedores que han conseguido hacer estable la obra que iniciaron. También es verdad que el índice de fracaso de nuevos negocios es aterrador, más razón para elegir cuidadosa y adecuadamente el proyecto y prepararse para liderarlo y guiarlo hacia el crecimiento y la estabilidad.

Es cierto, si emprendemos un negocio y tenemos que abandonar, podemos aprender de la experiencia negativa. Es posible convertir un fracaso en una oportunidad de aprendizaje y crecimiento. Si un viaje no sale bien, aprendemos, nos preparamos y volvemos a partir. A base de perseverancia se atraviesan mares y océanos, pero lo ideal, lo eficaz y en muchos casos lo prudente es llegar en el primer viaje. Sobre todo, si no se cuenta con los recursos necesarios para retomar otros caminos.

No existen fórmulas para garantizar el éxito de una empresa, pero si hay conocimientos, experiencias y buenas prácticas que ayudan a preparar el viaje, a planificarlo y tomar decisiones ante las dificultades. Se puede aprender de las vivencias de otros emprendedores, escuchar sus consejos y adaptar sus recomendaciones a la particularidad de cada negocio. Se aprende de los expertos, de los profesionales que han dedicado años al estudio y análisis de comportamientos y tendencias de los mercados y las empresas, de aquellos que han contestado su valía acompañando a personas que han emprendido antes que tú, asesorándolos, compartiendo sus logros y sus reveses.

Personalmente animo a todo el que lo esté deseando a emprender su propio viaje, pero me atrevería a sugerirle, casi exigirle, que lo planifique, que se prepare, que se forme, que tome todas las medidas posibles para incrementar las posibilidades de llegar a buen puerto.

Desde mi experiencia, y con el ánimo de contribuir a allanar en alguna medida el abrupto camino del emprendimiento, me atreveré a dar algunos consejos que espero puedan resultarles útiles a todo el que tiene una idea y se dispone a llevarla a la práctica.

Calcula bien cuanto estás dispuesto a arriesgar. Te lo diré de un modo coloquial: “no te lances con todo” sin medir las consecuencias. Debes saber cuánto puedes o estás dispuesto a perder tanto como que harás con todo lo que ganes. ¿Pesimismo?. No, prudencia. Aun cuando con frecuencia escuchamos: este negocio es mi vida, tu vida y tu felicidad vale más que cualquier negocio.

Está muy bien que no pongas límite a tus sueños, al esfuerzo, a la perseverancia, pero mide bien hasta dónde puedes poner en juego todo lo que tienes o lo que te han prestado. Emprender es una tarea difícil, es posible constituir una empresa nueva y llegar a ser competitivo y sostenible, pero existen muchos riesgos y una probabilidad significativa de fracaso.

Enfócate. Una vez que hayas determinado las características de tu negocio y la estrategia a seguir debes centrarte en alcanzar la ventaja competitiva que hará que tu empresa sea viable en el tiempo. No debes cambiar de objetivo ante la primera dificultad o dejarte fascinar por servicios y productos supuestamente ganadores que no estén relacionados con tu negocio. Se flexible, adaptándote a los cambios y necesidades del entorno pero sin perder de vista los fundamentos de tu empresa. Es necesario que los clientes identifiquen tu marca y la asocien a determinados productos y servicios.

Sé paciente. Todo proceso que genera valor necesita un tiempo de desarrollo. Cuando se emprende un negocio es necesario pasar por diferentes fases, debes estar dispuesto a esperar y preparado para resistir. Las prisas pueden llevarte a abortar o saltarte etapas imprescindibles para que tu empresa se posiciones y gane clientes. El nacimiento de un negocio está asociado a una serie de pasos y pruebas que te permitirán escalar los procesos y mejorar los resultados hasta ser competitivo. Es cierto que hay sectores donde se puede crecer más rápidamente que en otros, pero en cualquier caso te llevará tiempo lograr que la empresa sea rentable.

Prioriza. Intenta conocer aquello que pide el cliente, lo que más impacto tendrá y priorízalo. Siempre habrá cosas que puedes hacer, pero todo cuesta, en ello incluyo tu tiempo, y no siempre se cuenta con los recursos suficientes. Invierte en los sistemas, procesos y procedimientos que mayor impacto tiene en la satisfacción de tu cliente. No invierta en lo que a ti te gusta o prefieras. Claro está, para ello debes conocer a tu cliente tanto como a tu negocio.

Decide lo que debas decidir hoy, pero piensa en mañana. No tomes decisiones como si el mañana no existiera. En muchas ocasiones nos dejamos llevar por las circunstancias del momento y no apreciamos los sucesos en toda su magnitud y complejidad. Cuando estés solucionando un problema que te afecta en ese instante, reflexiona en las consecuencias que puede generar mañana la solución que empleas hoy.

También debes medir el impacto de las medidas que tomas, surgirán dificultades que necesitan una respuesta inmediata, no dilates la decisión, pero analiza si la salida que propones es duradera o si solo estás “poniendo un parche”.

Se creativo a la vez que planificado. La creatividad no está reñida con la planificación, hay que saber hacia dónde se va para determinar los aspectos que se deben mejorar. Pon la creatividad en función de aquellos objetivos que quieras alcanzar. Ser creativo no significa necesariamente tener una idea cada diez minutos, sino aplicar ideas originales en la solución de problemas y en la generación de un valor. La planificación te permite crear espacios para fomentar la creatividad y seleccionar los procedimientos, procesos, servicios o productos en los que quieres ser creativo.

Aprende de la experiencia de otros. No solo aprendemos de las experiencias que vivimos en primera persona, se puede aprender de los fracasos y los éxitos de otros, es una buena forma de multiplicar las vivencias y ahorrar tiempo. Si analizas a la competencia y a otros emprendedores y negocios con aspectos similares podrás reproducir y mejorar aquellas prácticas que han resultado exitosas y evitar las que no han funcionado. Cada emprendedor y todo negocio son diferentes, no existen fórmulas que garanticen los mismos resultados en casos disimiles pero si hay principios, procedimientos, y acciones que pueden funcionar de manera análoga y aportar efectos similares, sobretodo en entornos equivalentes.

Te aseguro que siempre hay algo que aprender que te puede ser útil y que todas las personas pueden enseñarte algo nuevo.

Forma a tu equipo. Si quieres contar con un equipo de personas competentes que estén en condiciones de aportar calidad a tu negocio, proporcionales formación. Las competencias constituyen la base del rendimiento y una vía para motivar y comprometer a los miembros de tu equipo. Sin la formación necesaria para realizar las funciones asignadas a cada puesto de trabajo no hay buena productividad. Para gestionar bien tus recursos selecciona las competencias que debes priorizar en cada puesto y las funciones que en cada momento son más importantes según los objetivos y la estrategia de tu negocio. Te aseguro que la formación bien planificada es una inversión no un gasto. Tengo una frase que suelo utilizar cuando converso con un directivo o un emprendedor que niega la importancia de la formación en la empresa y la describe como un gasto elevado. La utilizo con cierta ironía e intención de provocar una reflexión al respecto: si usted cree que la formación es cara, pruebe con la ignorancia.

Confía en ti y se positivo. La forma en que pienses marcará tus actos, si crees que puedes emprender un negocio y hacerlo crecer lo intentarás muchas veces y no te rendirás ante el primer obstáculo, te esforzarás continuamente y buscarás alternativas para cada impedimento, incrementando las posibilidades de llegar a la meta. Si crees que no puedes, no podrás. Se positivo, resalta los aspectos positivos de cada situación y celébralos. No lamentes excesivamente las malas decisiones, aprende de ellas y aplica las enseñanzas para evitar que se reiteren los errores. Reconfórtate con los logros, aun cuando sean pequeños. Paso a paso alcanzarás tus objetivos.

Rodéate de personas optimistas, que confíen en ti y en tu proyecto, que sean críticas pero que te animen, apoyen y ayuden a construir tu obra.

Toma distancia. Puede resultar paradójico, pero considero que en ocasiones para entender un tema complejo, resolver una situación problemática o tomar ciertas decisiones, ayuda alejarse del escenario o entorno donde se genera el conflicto. Con frecuencia la propia intensidad de los hechos y su magnitud nos impide tener una visión general y acertada de lo que está ocurriendo. Créate el hábito de salir del interior de tu negocio, fuera de tu oficina, con cierta frecuencia para observarlo todo desde lejos, reflexionar, y medir tus actos y sus consecuencias. Tomate un tiempo de relajación y cambia el rol de protagonista por el de espectador. Cuando nos distanciamos del problema, podemos desembarazarnos de los intereses y emociones asociados del mismo, y observarlo todo con mayor objetividad y serenidad. El proverbio, no dejes que los arboles te impidan ver el bosque, puede resultar eficaz.

Sé un líder. El máximo responsable de tu proyecto eres tú. Debes guiar al equipo y al negocio a buen puerto. Mantente bien despierto para que cumplas tus sueños, trabaja y motiva para que trabajen. Aplica adecuadamente la política de premios y sanciones, la disciplina y la motivación no están reñidas, pueden ir de la mano. Determina las funciones de los miembros de tu equipo y los objetivos que deben alcanzar. Es muy importante que cada uno de ellos sepa que tareas debe realizar, con qué medios cuenta, que se espera de su trabajo y que recibirá a cambio. Analiza los resultados y determina las áreas de mejora, implica y compromete a todo el equipo en la mejora continua.

Genera un entorno laboral de bienestar donde todos quieran y puedan aportar. Promueve y facilita valores y hábitos que hagan que tu negocio crezca. Si no eres un líder, fórmate, aprende a influir en los que te rodean para que remen en la misma dirección que tú.

Ten claro hasta dónde quieres llegar. Así como debes saber cuánto puedes o quieres arriesgar en tu emprendimiento, también es recomendable que determines hasta dónde quieres llegar, cuál es tu finalidad y el destino de tu negocio. Pregúntate por qué has emprendido, algunas de las razones pueden ser: fundar la empresa “de tu vida”, ayudar a otros, auto emplearte, vender y volver a emprender, crecer si es posible hasta constituir un gran grupo de empresas y ser líder en el sector, etc. La estrategia a seleccionar y muchas de las decisiones que tomarás estarán marcadas en gran medida por el objetivo que persigas. Cuantas personas empleas, cuantas líneas o áreas constituyes, posible solicitud de préstamos, búsqueda de inversores, expandirte a otros mercados, estabilizarte y no crecer, crecer lo más rápido posible, estas son algunas de las cuestiones que probablemente tendrás que afrontar. Es cierto que en muchas ocasiones según vaya el negocio se van determinando las metas y las respuestas a las problemáticas anteriores, pero es trascendente para el negocio y para ti determinar dónde está el puerto al que deseas llegar y plantear la estrategia adecuada y eficaz que te conduzca al mismo.

Antes de determinar el destino, el camino que tomarás y la velocidad a la que quieres llegar, te sugiero que definas con la mayor exactitud posible que es para ti el éxito.

(tomado del libro Estrategias y Modelos de Negocio. Casos prácticos y una guía para emprendedores. Escrito por Enrique Piñero).

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¡No quiero salir de mi zona de confort!

2 noviembre, 2017 Artículo publicado por Enrique Piñero Leave a Comment

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Existen modas y modismos en todas las áreas de la vida. Así como hay personas que se resisten a cambiar constantemente de hábitos y apariencias, y otras que son seguidores casi irracionales de todas las nuevas tendencias que se generan a su alrededor. A lo primero se le llama zona de confort.

Probablemente la resistencia presente en el primer grupo, responde a un sentimiento de independencia o a la voluntad de no ser manipulados. En cambio los que se encuentran en el segundo grupo, posiblemente no sientan que su libertad y capacidad de decisión se afecta por seguir sin cuestionarse los cambios, estilos y preferencias que nos inducen constantemente en todas las áreas de la vida.

Aún cuando yo simpatizo más con los que ignoran los cantos de sirena que anuncian la llegada de una nueva y muchas veces impuesta y fugaz tendencia, lo cierto es que existe un ejército anónimo e ingente de individuos a la espera de la última novedad. Incluso algunos la anhelan, esperan y se lanzan sobre ella, adueñándose de la misma, sin tiempo ni interés en analizar su naturaleza y consecuencias. “Si pienso mucho, igual se pasa la moda”, parece ser el lema o mandato de estas personas.

Dicho esto, debo aclarar que cuando la moda en cuestión se trata de un estilo de vestimenta o corte de pelo, o una especie de ritual para seguir el ritmo de una música, incluso frases o gestos, este fenómeno de seguimiento descrito anteriormente, un tanto irrazonable, no tiene grandes consecuencias. Pero cuando se trata de tendencias que pretenden marcar comportamientos y conductas, o de enunciados que pueden llegar a convertirse en creencias, entonces nos encontramos frente a una situación que puede afectar a muchas personas de manera significativa. Incluso se pueden llegar a crear principios que justifican conductas sociales y empresariales que por injustas perturban y someten a un gran número de individuos.

Para dimensionar este tema en su justo alcance, pondré por ejemplo el paradigma generado en los últimos años alrededor de la calidad de un trabajador. “Un buen trabajador es aquel que llega el primero y se va el último”. Cómo si la permanencia de un trabajador en su puesto, en si misma, garantizarala productividad. Pues bien, esta creencia o postulado, que comenzó como una tendencia, causó daños significativos a la competitividad de muchas empresas y generó mucho estrés en algunas de aquellas personas que querían mantener su puesto de trabajo, y crecer profesionalmente. En esta dirección y por suerte, parece ser que ya hemos descubierto que la productividad y la calidad del trabajo no están asociadas directamente al número de horas trabajadas.

Otro ejemplo, este más reciente, está relacionado con la frase “tienes que reinventarte”. Sentencia que funciona en muchas ocasiones, pero en otras muchas se convierte en una suerte de demagogia para justificar malas prácticas o soluciones no deseadas. Por citar un caso, mencionaremos el despido de un trabajador de más de 50 años donde la única solución que se le ofrece para poder reincorporarse nuevamente al mercado laboral es: “tienes que reinventarte”. ¿Cómo puede una persona cercana a la edad de la jubilación, sorprendida y desmotivada, reinventarse? Sin duda, este tipo de acciones que comienzan a aplicarse y se establecen como una moda, contagiando a muchos, empleadas en contextos erróneos, pueden esquilmar a personas y organizaciones.

Por esa razón me quiero referir a una de estas proposiciones que en los últimos tiempos se está convirtiendo en una verdadera tendencia. Comenzó como una invitación a la ruptura, como un acicate al inmovilismo, pero se está convirtiendo en una moda de esas que corren el peligro de ser seguidas sin mucha reflexión.

¡Sal de tu zona de confort! Que aceptado en algunos casos, que horror en otros. ¿Qué es salir de la zona de confort? Cambiar necesariamente, ¿para qué? ¿Que nos quieren decir, que para crecer hay que salir de la zona de confort? ¿Cuántas preguntas? ¡Qué desconcierto!

Pues yo lo tengo claro, no quiero salir de mi zona de confort. ¿Sabéis por qué? Porque me siento bien en ella. Porque creo que para crecer no siempre es necesario abandonar la forma de vida presente, los hábitos, las motivaciones, las relaciones, las aspiraciones actuales. Esas que probablemente nos estén haciendo feliz.

Que cambie aquel que tiene necesidades insatisfechas, expectativas incumplidas, sueños que nunca podrá alcanzar estando donde está y quiere ponerse en marcha. Aquella persona que necesita y quiere cambiar. Pero el que se sienta satisfecho en su zona actual, que continúe en ella.

Imaginemos a todas las personas saliendo de su zona de confort, aún cuando en algunos casos no hayan identificado a qué espacio o área se refieren con ese término. A qué están renunciando o a qué están aspirando. “Me lo han dicho en un curso”,” lo he leído, hay que cambiar”,” si no salgo no creceré”. Qué gran error. Probablemente porque no queda claro a qué llaman crecer.

¿Qué es crecer? ¿Competir continuamente, ascender, tener más poder, trabajar en una empresa más grande, ganar más? ¿Por qué no puedo crecer dentro de mi zona de confort? Si me gusta leer o viajar o degustar nuevas comidas o si mi motivación es pescar ¿por qué debo abandonar mi estatus actual, mi zona de confort. Si en ella estoy bien.

Pues antes estas preguntas y con un pequeño ejercicio de reflexión, me atrevo a afirmar, casi de modo absoluto, que no debemos cambiar simplemente porque otros lo digan, o porque esté de moda.

Analiza qué quieres de la vida y qué te da la vida. Qué trabajo tienes, qué haces cada día, de quién te rodeas, a qué hora llegas al trabajo y cuánto tiempo dedicas a ti y a tu familia. Qué necesidades tienes verdaderamente y cuáles están sin satisfacer. Identifica tu zona actual, en la que te mueves diariamente y te sientes seguro. Qué significa para ti.

Eso es lo primero, preguntarte si eres feliz en tu zona de confort y decidir si debes prepararte a dar el salto. ¿Lo necesitas?, ¿lo deseas? Si la respuesta es afirmativa, prepárate, listo y salta… Pero no dejes que otros decidan por ti, el riesgo del salto merece que lo analices razonadamente.

Quizás descubras que tu meta o batalla no sea salir de ella, sino mantenerte en la misma, sobretodo en estos tiempos que corren donde la felicidad y el confort, interpretado en todas sus acepciones, no sobran.

Filed Under: Desarrollo Personal

La expresión oral, una competencia imprescindible

25 octubre, 2017 Artículo publicado por Enrique Piñero

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Existen competencias que son necesarias para el desarrollo profesional de muchas personas. Independientemente del puesto que ocupe, un trabajador que desempeñe funciones relacionadas con la gestión, administración, dirección, atención al cliente, y otras muchas, debe saber gestionar eficazmente el tiempo, utilizar aplicaciones informáticas, conocer técnicas específicas de su profesión, etc. De este modo podríamos mencionar muchas competencias, algunas muy valoradas, otras menos. Pero probablemente no citaríamos la capacidad de expresar con eficacia nuestras ideas o describir con claridad los planes y proyectos que antes hemos diseñado y programado, ya sea en un documento o en nuestras mentes.

¿Cómo es posible que una habilidad de tal importancia no sea valorada en toda su dimensión?.

Este fenómeno puede deberse al hecho de que las competencias relacionadas con la expresión oral en muchos casos no son identificadas con el rendimiento y los resultados de las organizaciones. Quizás por no estar directamente unidas al desarrollo de procesos productivos y organizativos.

Sin embargo, esto no ocurre en todas las culturas, empresarialmente hablando. En los entornos “americanos”, específicamente en los Estados Unidos y muchos países de América Latina, hablar bien es una preocupación de muchos profesionales. Incluso desde edades tempranas las personas estudian oratoria y otras materias relacionadas con la expresión oral.

Lo cierto es que en nuestro país existe, en general, una carencia en esta dirección. Podemos encontrar profesionales que aunque tienen buenas ideas, no saben expresarlas del modo más adecuado. Principalmente cuando disponen de un tiempo limitado y se dirigen a un auditorio.

Una idea, un proyecto, una estrategia, expuesta de manera deficiente pierde valor, un servicio mal explicado a un cliente potencial, es un servicio “amputado”. Y no solo me refiero al temor de hablar frente a un grupo, que a muchas personas, algunos excelentes profesionales, los invade y supera. También nos referimos a hablar mucho y decir poco, a dar una charla y no transmitir las ideas más importantes, a exponer un proyecto y no motivar, a “no vender” aquello en lo que creemos.

De aquí la importancia de saber hablar en público, conocer y dominar un tema y exponerlo de modo tal que se entienda. Que los que nos escuchan disfruten aprendiendo. Se motiven, participen y compartan nuestras ideas. Nos referimos al desarrollo de ponencias eficaces, que impactan en el público, despiertan su interés e incitan a la acción. Para lograr estos objetivos, no es suficiente con dominar la materia o asunto que se expone.

La capacidad de un profesional para generar un impacto positivo en su audiencia va mucho más allá de los conocimientos específicos que pueda tener sobre el tema a tratar. Indudablemente el dominio del tema es el primer paso para ganar la seguridad y confianza necesarias con el fin de realizar una buena ponencia. Pero la brillantez en la exposición y el éxito del ponente radican además en la puesta en práctica de técnicas específicas de comunicación verbal y no verbal. De igual modo se requiere una adecuada planificación y estructuración del mensaje. El ponente a su vez, debe tener la capacidad para autogestionar sus emociones, de forma tal que consiga llegar a la audiencia con eficacia generando un impacto positivo.

¿Cuántos aspectos? ¿Podré lograrlo?

Si te estás planteando estas preguntas, te diré que soy portador de una buena noticia. Sí, se puede aprender a hablar en público. Pero es un proceso de aprendizaje complejo, que requiere motivación, dedicación y práctica. Como hemos mencionado anteriormente, para llegar a ser un buen ponente hay que desarrollar competencias de diferente naturaleza. Esto hace el proceso de enseñanza-aprendizaje más complejo. Nosotros pensamos que para un número significativo de oficios y una cantidad sustancial de profesionales resulta importante poseer competencias relacionadas con la expresión oral. Eso sí, se debe considerar la necesidad de cada individuo, sus características y los objetivos que pretende cumplir con la puesta en práctica de  dichas competencias.

Por la relevancia de este tema, y a modo de elemento motivador, queremos presentarles unas recomendaciones que pueden resultarles útiles a todas las personas que se propongan incrementar su capacidad de expresión y mejorar la eficacia de sus ponencias.

Recomendaciones:

–          Practica mucho, la mejor forma de llegar a perder el miedo a hablar en público es comprobando que podemos hacerlo.

Resulta paradójico, recomendar combatir el miedo a dirigirnos a un auditorio, justo haciéndolo. Pero es la manera más eficaz de llegar a sentirnos seguro. Comprobar que podemos hacerlo. Por supuesto debemos comenzar con pequeñas intervenciones, de un impacto menor hasta llegar a convertirnos en un ponente de calidad.

–          Fórmate.

Cuando se expone un proyecto el éxito no es cuestión de suerte. Si no se adquieren conocimientos, habilidades y actitudes, entonces, ¿qué practico? Aprende nuevas técnicas, desarrolla competencias que puedas llevar a la práctica. De tal manera crecerás como ponente.

–          Utiliza adecuadamente los recursos.

Cada recurso o medio tiene su función como apoyo a la comunicación verbal. No se trata de utilizar todos los posibles, sino aquellos que se adecuan a la ponencia y al auditorio. Los medios no una vía que ayudan a expresar mejor las ideas, no el objetivo en sí mismo.

–          Prioriza.

Con mucha frecuencia disponemos de poco tiempo para trasmitir todos los mensajes. Debes priorizar y centrarte en aquellos que más impacto provoquen sobre el cumplimiento de los objetivos de la presentación.

–          Identifica el tipo de ponente que más se adecua a tus características.

Existen diferentes estilos de ponentes así como hay diversas formas de organizar una presentación. No intentes imitar a otros oradores. Selecciona las técnicas que más se adecuan a tus características personales. Te sentirás más seguro y serás más creíble.

–          Aprende de otros.

Observa a otros conferenciantes, analiza las técnicas y recursos que utilizan. Selecciona e incorpora aquellos que más interesante te resulten y que encajen con tus propias características.

–          Confía en ti. Tú puedes lograr mucho más de lo que piensas.

Para incrementar la seguridad cuando expones en público, es necesario identificar los factores que están incidiendo negativamente en tus niveles de autoconfianza. Entonces podrás intervenir sobre ellos. Existen técnicas y ejercicios para “combatir” las causas que generan inseguridad. Aprende a gestionar las emociones asociadas a estos comportamientos y podrás desarrollar todo tu potencial.

En cualquier caso, los animamos a que éste sea solo el comienzo de un proceso de aprendizaje e intercambio de experiencias que lo conviertan en un profesional que reflexiona, escribe y explica sus ideas con eficacia y excelencia. El camino es arduo, pero la recompensa lo amerita.

Filed Under: Comunicación

La improvisación teatral aplicada al mundo de la empresa

11 septiembre, 2017 Artículo publicado por Fernando Muñoz Leave a Comment

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¿Aprender a manejar el error o prevenirlo?

Según la R.A.E. (Real Academia de la Lengua Española) improvisar es “Hacer algo de pronto, sin estudio ni preparación”. Con esta afirmación, cuesta creer que la Improvisación Teatral se haya convertido en una disciplina que aplica una metodología y herramientas propias. Parece que el solo hecho de trabajar desde la nada, implicaría una desnaturalización de cualquier tipo de enseñanza artística. Y precisamente, se observa que es justo lo contrario a esto.

El pionero Keith Johnstone (educador, dramaturgo, actor y director de teatro) afirma que: “Trabajamos exclusivamente con lo que traemos”. “El acto de imaginar debería ser algo que no requiera ningún tipo de esfuerzo, tal como puede ser percibir.” Afirmaciones que definen su trabajo.

Cuando hace cinco años comencé a practicar esta maravillosa disciplina, lo primero que pude apreciar es la naturalidad con la que recuperamos la esencia del juego, algo que dejamos atrás, en la infancia, con demasiada normalidad.

A medida que nos hacemos adultos vamos perdiendo nuestra capacidad para relacionarnos con los demás desde una perspectiva lúdica, y mucho tienen que ver los prejuicios sociales a los que nos sometieron en una escuela rígida, con un mal entendimiento de la responsabilidad adulta. La diversión nunca fue una compañera bien vista para el trabajo.

La Improvisación permite naturalizar el «juego» como una herramienta indispensable para liberar tensiones, desinhibirse, reír, crear, soñar, amar. Jugar, en definitiva. Esa capacidad innata que afortunadamente no se ha perdido, simplemente hay que desempolvarla.

No es objeto de este artículo la explicación de la Improvisación Teatral como disciplina. Siempre incido en la que la mejor forma de entender, desde una perspectiva de espectador, qué es un espectáculo de Impro, es acudir a presenciarlo. En los últimos años se han consolidado en nuestro país, fabulosas compañías, como Jamming, ImproMadrid, Calambur Teatro, Impro Impar, etc. Merece la pena acudir a ver un show de alguno de estos genios para ver en qué consiste la Improvisación. Desde luego, a nadie le deja indiferente.

Desde la óptica de alumno, como persona y profesional que ha recibido clases de Improvisación Teatral, he pretendido ser consciente siempre de los beneficios que me ha reportado trabajar mi faceta más artística.

En lo personal, creo que el sólo hecho de encontrar una vocación tardía, sin más pretensiones que las puramente recreativas, me ha permitido crecer interiormente y estar más capacitado en la autogestión de mis emociones.

Digamos que el haber participado de un espacio de liberación y de desarrollo, ha favorecido una cierta catarsis personal. No digo con esto que no haya multitud de disciplinas que permitan al ser humano fluir positivamente. Desde la práctica del deporte, el yoga, o simplemente unas maravillosas risas con los amigos. Cualquier actividad que nos ayude a lograr el equilibrio es la mejor y más útil para quien la practique. En mi caso, la Improvisación Teatral ha desempeñado un papel muy importante.

Decía que el juego es uno de los factores más relevantes en la práctica de cualquier curso de Improvisación, pero me han enseñado a concebirlo como un vehículo para desarrollar otras capacidades. La «Impro» significa una ausencia de enjuiciamiento personal, es también saber escuchar y poner el foco fuera de mí, para relativizar nuestra responsabilidad personal, confiando en que el papel de los demás es tanto o más importante como el mío, y que el vértigo del precipicio se mitiga cuando tienes un gran colchón representado por compañeros generosos, dispuestos a andar contigo el camino.

Si la vida y el trabajo van de la mano, y nos insisten tanto en la necesidad de conciliar, desde luego que hay multitud de parcelas de nuestro «yo artista» que pueden extrapolarse al mundo de la empresa.

Cuando he tenido la oportunidad de compartir con profesionales los beneficios de la Improvisación, mi primera consigna siempre ha sido la misma: aplicar la Improvisación al trabajo no es aprender a salir airoso ni ser brillante ante la ausencia de una planificación, de una metodología o del esfuerzo previo. Al contrario, la Improvisación es una disciplina y como tal, requiere de la asimilación de ciertas técnicas que nos permiten crecer y evolucionar en nuestra faceta artística.

Entonces, ¿Qué aspectos de la Improvisación nos permiten ser mejores profesionales? El autoconvencimiento de quien vive satisfactoriamente los beneficios de una experiencia, normalmente no es suficiente para «evangelizar» a otros. Es necesario el rigor y la demostración para generar un prisma objetivo que inquiete al tercero en cuestión.

Y así me propuse aplicar lo aprendido en pro de las habilidades profesionales, tales como la comunicación, el trabajo en equipo o el liderazgo.

En los cursos en los que he participado, incido sobre un denominador común: la importancia de los demás. ¿De qué sirve aprender a gestionar los conflictos en la empresa si no miro más allá de mi ombligo? ¿Por qué a la hora de hablar en público, vemos en el escenario un montón de «despiadados» profesionales que van a sacarnos los ojos, en vez de vislumbrar un maravilloso ejército de aliados que sostendrán nuestro discurso, cómplices de mis ingeniosas y creativas ideas? ¿Se puede liderar si no soy capaz de ser asertivo?

Sinceramente, creo y trabajo en la aplicación de la expresión artística en el desarrollo profesional. Al igual que cuerpo y mente, la persona y el trabajador van de la mano. Ya no me creo eso de que los grandes tiburones de empresa, que han sido capaces de deshumanizar el mundo laboral, interpretan un papel de lunes a viernes, y luego se convierten en fantásticos hombres y mujeres de hogar y familia. Somos lo que somos, y sin perjuicio de que tomar decisiones implica en muchas ocasiones, dejar las emociones a un lado, eso no significa que podamos ser tan distintos en una y otra faceta.

La Improvisación, a través de sus juegos y herramientas de cooperación, nos convierte en seres humanos más perceptibles, con una capacidad para ir a favor del entorno, con una mejor predisposición para aceptar lo que somos y lo que tenemos, por supuesto, sin resignarnos a crecer o evolucionar. Nos enseña que sin los demás no hay juego posible, y que los conflictos forman parte de la vida, el problema es que nadie nos ha enseñado a gestionarlos a través del » win to win».

Hay un crecimiento profesional ligado a un crecimiento colectivo, y no ver esto, es condenarse a la endogamia profesional. «Los demás son muy malos y me tratan de perjudicar en todo momento».

La creatividad, la imaginación y el ingenio para favorecer las situaciones más adecuadas, se pueden trabajar. Por supuesto que hay una capacidad innata en personas más creativas que otras, pero todos tenemos la posibilidad de desarrollar estas herramientas. En la medida que vamos interiorizando y repitiendo escenas, a priori, improvisadas, lo que vamos consiguiendo, es gestionar adecuadamente patrones positivos de conducta, que nos hacen mejores profesionales.

Esa es la simpleza y también la grandeza de la Improvisación. No hay fórmulas mágicas de ingenio y capacidad para salir de situaciones incómodas. Tratamos simplemente de creernos lo que somos y lo que podemos ofrecer, confiando en nosotros y en lo que nos rodea, aprendiendo a relativizar nuestra importancia cara al público, y sobre todo, aceptando lo que está por venir. Trabajamos desde lo emocional para obtener resultados en lo profesional.

Improvisar no es relativizar el error, es aprender a prevenirlo, o en su defecto, gestionarlo con la confianza necesaria en uno mismo.

Filed Under: Comunicación

La reputación corporativa

19 agosto, 2017 Artículo publicado por Ingentis

Según La Real Academia de la Lengua Española, reputación es; “la opinión o consideración en que se tiene a alguien o algo, o, el prestigio o estima en que son tenidos alguien o algo.”

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La reputación es costosa de conseguir, más difícil de mantener.

Entendemos que analizando esta acepción y dándole un matiz empresarial, la reputación nos puede hacer engordar de manera importante la cuenta de resultados si esta es buena o, por el contrario, una reputación dañada puede hacer que dicha cuenta quede mermada.

Incluso desde niños, inconscientemente nos interesa el estatus. Probablemente nos pasemos toda la vida, o casi toda ella, preocupados por tener una buena reputación. Algo tan deseado en cualquier etapa, no puede pasar desapercibido en el ámbito corporativo.

Desde el punto de vista empresarial, no debemos, de ninguna manera, pasar por alto en cualquier toma de decisiones la repercusión que puede tener una vez ejecutemos estas. Para ello, debemos tener en cuenta sobre quién y sobre qué contexto pueden incidir; es decir, considerar la opinión del cliente, proveedores, inversionistas, medios, masa social y la de los trabajadores de la propia empresa, valorando el medio en el cual se va a realizar la gestión y siendo consciente de cómo opera tu competencia para darle un valor añadido a tu producto o servicio.

La reputación es uno de los mayores activos que tiene la empresa y se compone de valores intangibles a los cuales nos debemos someter, analizando con la mayor precisión cada uno de ellos.

Atendiendo a las opiniones que debemos considerar en nuestra toma de decisiones, consideremos importante destacar la responsabilidad social sobre los entes y el medio mencionados anteriormente. Debemos ser capaces de mantener la sostenibilidad entre todos nuestros grupos de interés para, así, obtener una ética en nuestros negocios que dirijan a buen puerto nuestras acciones. Para conseguirlo, debemos operar siempre sobre el marco legal establecido por nuestros reguladores; no nos ayudaría el obtener los máximos beneficios actuando de manera ilegal. Como ejemplo, si conseguimos pagar las nóminas de nuestros trabajadores y los seguros sociales con dinero que proviene de actividades no declaradas fiscalmente, conseguiremos que nuestra reputación ante nuestros empleados sea buena de inicio, pero, por el contrario, si esto sale a la luz, ante el medio en el que operamos y para la masa social, recibiremos una percepción negativa que repercutirá en una mala reputación. Y en esto no debemos coger atajos, puesto que uno de los mayores retos que tenemos no es tan solo llegar a tener buena reputación, sino saber mantenerla a largo plazo.

En relación a esto, y para aclararlo, podemos considerar la acción empresarial de Gowex. En su inicio, obtiene una muy buena reputación por su potenciación de beneficios a corto plazo, generando oportunidades de negocio que, hasta la fecha, su competencia no había contemplado y creando importantes puestos de trabajo. Pero no es eterno si se tiene en cuenta lo ya comentado. Este camino se corta una vez se descubre su falsa contabilidad, sin haber atendido correctamente al regulador y al medio en el que opera, saliéndose de su marco legal, lo que hace darle la vuelta a su reputación.

No debemos caer en el error de que en el ámbito empresarial cualquier comportamiento es aceptable.

Con todo lo comentado hasta ahora, desvelamos que la reputación corporativa es el nivel de estima o admiración que los grupos de interés tienen por la empresa una vez ha sido comparada con la competencia. Según Brand Finance (estudio realizado para las empresas del IBEX 35, en 2004) el 67 % del valor de las empresas proviene de los activos intangibles, como la reputación y el conocimiento, refiriéndose al capital humano.

Esto nos lleva a tratar la importancia del compromiso con los empleados. Es imprescindible que estos se encuentren en una buena atmósfera laboral, considerándose factores tan importantes como su salario, sus oportunidades y proyecciones internas y su reconocimiento laboral. No tendremos nunca una buena reputación hacia el exterior si no conseguimos que dentro esté considerada como tal. Un ejemplo claro lo tenemos en el mundo del deporte, existen numerosos casos en el que los clubs o asociaciones no pagan a sus deportistas por determinadas circunstancias, habitualmente por malas gestiones, y esto repercute directamente en los resultados, así como en la percepción de los aficionados ante sus equipos, generando una mala reputación.

Analizando todas las variables comentadas anteriormente, y conjugándolas para que su buen funcionamiento hagan que nuestra buena reputación se mantenga en el tiempo, además del compromiso con nuestros trabajadores, debemos saber manejar bien todo nuestro escenario externo, incluyendo, principalmente en este, a clientes, proveedores, inversionistas, medios, reguladores y masa social.

Consideremos que no será fácil obtener una buena percepción de estos si no existe una buena gestión empresarial. Para ello se deben analizar muchos factores y desarrollarlos acorde a las circunstancias.

Debemos tener una cobertura favorable de los medios, una legitimidad de parte de la comunidad, disposición positiva legal del regulador pertinente, la lealtad del cliente y un valor añadido para los inversionistas.

Ante todo, no debemos caer en el desánimo de no alcanzar lo deseado, o de no llegar a alcanzarlo en el tiempo previsto, puesto que no toda la teoría es bien llevada a la práctica, ya que no solo podemos tener en cuenta nuestro desarrollo de la actividad, también influyen multitud de factores externos que no están del todo a nuestro alcance, llevándonos más tiempo del esperado el conseguir una buena reputación.

Pero, en este ámbito, consideremos que no es lo importante cuánto se tarda en conseguir, sino conseguirlo finalmente. Y, como hemos puntualizado anteriormente, no es necesario ningún atajo. A lo largo de nuestra historia empresarial hemos visto entidades que de la noche a la mañana han conseguido una buena reputación y sin embargo, otras que han tardado años en hacerlo; pero nunca se les ha valorado más por esto que por saber mantenerla en el tiempo. Para ello, existe un elemento no comentado hasta ahora, el liderazgo.

Como ya hemos analizado anteriormente, muchas son las ventajas competitivas que comporta una buena reputación, pero, sobre todo, una buena reputación corporativa constituye un factor de liderazgo. Según Interbrand, el liderazgo aporta un 25 % al valor de la marca, y este valor viene dado por una buena reputación, de aquí la importancia que debemos dar a este factor.

Para concluir, debemos considerar un hecho relevante en nuestra sociedad actual, ¿quién no ha comprado algo porque se lo han recomendado? Por mucha información que manejemos a diario, con todos los medios que tenemos a nuestro alcance, no siempre estamos informados, y una buena opinión de un producto o servicio de alguien que nos genera confianza nos hace decidirnos a acceder a ello. Pues bien, el canal de transmisión de la reputación debe ser generar esa confianza para que otros la generen posteriormente por ti, y así, tu marca sea vendida.

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